lunes, 12 de diciembre de 2011

"Los Derechos del Hombre" Thomas Paine (1791)-Extracto-.

¿Quien está en el mundo, sino el hombre? Si admitimos que le asisten derechos, preciso será considerar cuales son, y de que manera adquirió esos derechos de su principio... si vamos adelante, daremos buen fin, parándonos a la época en que el hombre salió de las manos de su creador. ¿Qué era él entonces? ¡Hombre! Tal fue su título, y otro mayor no se puede conferirle.
Hemos alcanzado, a este paso, el origen del hombre, y el de sus derechos. Acerca del modo con que el mundo fue gobernado desde entonces hasta hoy, no nos interesa masa que para aprovecharnos de los errores o mejoras que su historia nos presenta. Los que vivieron cien o mil años ha, eran en aquel tiempo modernos como los somos nosotros de presente. Si el puro nombre de antigüedad debe gobernar los asuntos de la vida, los que existirán cien o mil años después, pueden tomar a nosotros por ejemplar, de la misma suerte que nosotros hacemos igual alegación de aquellos que vivieron cien o mil años antes. Lo cierto es, que los espacios de la antigüedad, probándolo todo, nada establecen. Es una autoridad opuesta a otra en todo su discurso, hasta llegar al origen divino, que es la creación. Es aquí que nuestras pesquisas hallan su descanso, y nuestra rezan su domicilio.
Si después de un siglo de la creación se hubiese levantado una controversia tocante el derecho del hombre, es a aquella autoridad que se hubiera remitido la cuestión, luego a la misma fuente debemos remitimos nosotros. Se investiga la genealogía de Jesucristo hasta Adam, ¿con qué motivo, pues, dejaremos de investigar el derecho del hombre hasta su creación? La razón es, que algunos gobiernos brotados de repente se entremetieron, procurando con presunción deshacer el hombre.
Si alguna generación de hombres poseyó el derecho de dictar el modo con que el mundo debía ser gobernado para siempre, fue sin duda la primera que tuvo existencia; y si aquella generación no lo hizo, ninguna de las posteriores tiene facultad de hacerlo, ni puede justificar alguna autoridad para ello. El principio ilustrador y divino de la igualdad del derecho humano, trayendo su origen del creador del hombre, no tan solamente tiene relación con los individuos vivientes, sino también con las descendencias que se siguen una a otra. Cada generación es igual en derechos a la que precedió, y por la misma regla, nace cada individuo igual en derechos a su contemporáneo.
Todas las historias de la creación o tradiciones que nos vienen del mundo letrado o ignorante, aunque profesen varias opiniones o creencias sobre ciertos particulares, convienen, sin embargo, en establecer un punto, que es la unidad del hombre, esto es: que el hombre, considerado como tal, tiene generalmente un grado, y por lo tanto, todos los hombres nacen iguales y con igualdad de derechos naturales, del mismo modo como si la posteridad hubiese tenido su continuación de la creación en lugar de la descendencia. Esta última, siendo solamente la forma con que se extiende la primera, nos prueba que todo niño recién nacido debe considerarse como procedente, en su existencia, de Dios. El mundo es tan nuevo para él como lo fue al primer hombre que existió, y su derecho natural sobre la tierra es de la misma especie.
La relación mosaica de la creación, mirada como autoridad divina o simplemente histórica, confirma enteramente este punto: unidad e igualdad del hombre. El versículo no admite controversia. Y Dios dijo, hagamos el hombre a nuestra propia imagen: y le creó Dios a su imagen—los creó varón y hembra. Se apunta la distinción de los sexos, pero sin la menor insinuación de otra cualquiera. Si dicha expresión no hace autoridad divina, es histórica su autoridad, y muestra que la igualdad del hombre, lejos de ser una doctrina moderna, es la mas antigua que está registrada.
Es también oportuno de observar que todas las religiones conocidas en el mundo sol fundadas, por lo que toca al hombre, sobre la unidad del hombre, por ser generalmente de un grado. Vaya el hombre, después de muerto, al Cielo o a los Infiernos, hállese en el estado cualquiera que se suponga, no hay mas distinción, que la de los buenos y malos.
Diré más, las mismas leyes de los gobiernos hállanse obligadas de acomodarse a esta máxima, fijando grados en los crímenes y no en las personas. Es una de las mayores entre todas verdades, cuyo culto promete las más grandes ventajas. Considerando al hombre en este punto de vista, e instruyéndole para que se considere a sí mismo de ese modo, se hace familiar con sus obligaciones, tanto para con su creador como con la creación, siendo él parte de ella; y solamente se abandona a los vicios, cuando se olvida de su origen, o para hacer uso de una expresión mas habituada, su nacimiento y familia.
No es uno de los daños menores que causan los gobiernos actuales de la Europa, el de rechazar a una distancia dilatada el hombre moral de su creador, llenando el espacio de barreras consecutivas a modo de portazgos por donde tiene de pasar. Las obligaciones de los hombres no tienen que ver con esa selvatiquez de puertas, por donde es preciso que pasen con boletas de una a otra. Su deber es claro y simple, consistiendo de dos modos; el uno para con Dios, el cual todo hombre preciso es que reconozca, y el otro para con sus vecinos, haciendo a todos lo que se quiera para sí.
Si aquellos a quienes se delegó algún poder se conducen bien, serán respetados, de lo contrario serán menospreciados; y por lo tocante a aquellos que, no teniendo poder delegado lo asumen, el mundo racional no puede tomar conocimiento alguno de ellos.

miércoles, 27 de abril de 2011

¿El Reino de los Cielos lo puede establecer el socialismo?

·      Mienten los que dicen que el Reino de Dios, el de los cielos se da “en el terreno político y social” y por medio de “estrategias políticas”; eso porque Jesús expresó que